En el municipio de Santo Tomás (Atlántico), cada año durante la celebración de Semana Santa, decenas de personas llegan hasta las calles polvorientas de esta población para pagar una manda por la realización de un milagro que tal vez nunca se realice. De flagelantes o de nazarenos, estos hombres, mujeres y niños llegan a cumplir con el vía crucis que se han impuesto, generalmente por la cura de un familiar que aqueja una enfermedad que la ciencia ha declarado incurable.
A pesar que la iglesia católica se opone a esta practica por considerar que va en contra de los principios de la religión y que cada año se toman medidas para que los visitantes no lleguen a ver los flagelantes y nazarenos, esta tradición pasa del siglo.
Así, año tras año y bajo la justificación de una fe irracional, los creyentes siguen viniendo para flagelarse o para cargar una pesada cruz de madera a lo largo de más de un kilómetro de calle destapada y bajo un caluroso sol que pasa de cuarenta grados.
A pesar que la iglesia católica se opone a esta practica por considerar que va en contra de los principios de la religión y que cada año se toman medidas para que los visitantes no lleguen a ver los flagelantes y nazarenos, esta tradición pasa del siglo.
Así, año tras año y bajo la justificación de una fe irracional, los creyentes siguen viniendo para flagelarse o para cargar una pesada cruz de madera a lo largo de más de un kilómetro de calle destapada y bajo un caluroso sol que pasa de cuarenta grados.